LOS MENTIROSOS.
Generalmente, tendemos a tergiversar la realidad para justificamos. Cada vez que alguien nos muestra nuestros errores, encontramos excusas y nos transformamos de inmediato en abogados defensores. Dando una buena imagen de nosotros mismos queremos evitar un castigo o un reproche y obtener en su lugar aplausos o ventajas.
No debemos avergonzarnos de ser lo que somos y no lo que los otros quieren. De todas maneras, en esencia lo que no somos -aunque queramos serlo - no lo seremos. Y lo que somos -aunque no queramos serlo- lo seremos siempre.
Hay personas que aprovechan cualquier oportunidad para mentirse. Se imaginan que son lo que los demás piensan que ellos son, para lo cual construyen falsas imágenes de sí mismos. Si los otros se las creen, sienten que de verdad son eso que se han inventado.
A este tipo de mentirosos, en la infancia nadie les enseñó a amarse a sí mismos. Para formarse bien, el niño depende de una justa mirada de sus padres. Ellos deben verlo como es y no como quieren que sea. Muchas veces los progenitores tienen planes para sus hijos que no se ajustan a su verdadera naturaleza.
El niño crece pensando que lo que sus familiares quieren que él sea, eso es lo que vale en él; y que lo que en realidad él es, eso no vale nada. Vive sintiéndose vacío, sin significado, culpable de existir. Convierte su ser en una apariencia, tratando de hacer válido lo que finge. Delante de los otros miente y en soledad se miente a sí mismo, convencido de que esos adornos adoptados son su auténtica médula. Su vida cotidiana es como la de un actor en una permanente obra de teatro. Emborracha a sus interlocutores contándoles sus aventuras, siempre creíbles. Para hacerles tragar una gran mentira la rodea de cien pequeñas verdades... Con astucia anticipa en parte las sospechas de sus oyentes, dando por anticipado respuestas a las preguntas que sin duda se le harán. Esta mitomanía le permite soportar su desvalorización y enfrentar una realidad difícil y dolorosa para él.
La mentira es progresiva, nos encadena a su falsa realidad. Estamos ante un dilema: o confesar la verdad o seguir mintiendo para justificar las primeras mentiras.
Es posible también que, conscientes de no amarnos a nosotros mismos, o nuestro trabajo o a la familia, recurramos a una droga para acallar nuestra conciencia y sentimos mejor.
Preferimos una mentira agradable a una dolorosa verdad. El cerebro suele funcionar eligiendo entre dos males siempre el menor. A veces, desarrollar una enfermedad mortal nos es menos doloroso que aceptar que no somos amados.
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